Otear con los bigotes tras la persiana del misterio, el huidizo tobillo (o con mucha suerte la pantorrilla) de una tímida verdad.
No es acaso nuestro deseo de vez en cuando.
Probablemente cuando ya estas cansado de abotagar tu cerebro con imágenes producidas para distraerte de tí mismo, alcanzas a escuchar tras las paredes el sinuoso deslizarse de las sombras (tu propia sombra), que oscurecen tu conciencia.
Rara vez apagas el aparato (y escuchas).
Intra-segundos, Extraterceros.
Cuantas veces en mitad de la noche
He intentado con el lazo de la conciencia
Atar una rosa al pedestal del silencio
Imperceptiblemente éste cada vez
Se desliza cadencioso hacia las voces del día.
Susurrando suavemente al principio
Por momentos como un clamor de aguas.
Incansable es en su tarea
Así como tenaz es mi derrota
Pero hay noches en las que me visita
Con la profundidad de los huesos
Y con sus brazos me separa
De las luces, los objetos
Como un viejo chamanto me cubre
Con su lana de misterio
Y me conduce con sus manos
Hacia el vacío, hacia dentro
Es como volver siempre al mismo viejo sueño
Poblado de rostros conocidos
De voces familiares
Como reandar un largo trecho
Con tiempo de ser, cada recuerdo
Es a veces tentadora la oferta de su gesto,
esperándome siempre, desde lejos.
Yo, a veces lo siento en mi bolsillo
Reclamándome bajito, como un viejo
Es de pronto cuando me disuelvo
Y me vuelvo, de cierto, un espejo.
Es entonces cuando estoy despierto,
casi cuerdo
y debe ser este mi espejo, que de pronto
intenta escuchar, mi reflejo.
Debe ser este mi reflejo, que de pronto
Me quiere hablar: Silencio.
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