lunes, 12 de septiembre de 2011

Defensa como ataque.


La retórica es el lenguaje del poder y, así las cosas, pareciese hoy indispensable no sólo defender la palabra, sino hacer uso de ella en nuestra legítima defensa.
Tomar  la palabra y articular un discurso. 
Tomando en cuenta nuestra asimétrica posición en el tablero y, aún más, debido a que el cerco se cierne amenazante sobre nosotros.
Devolverle a ésta su cuño original, su efigie, su imagen, su estatuto sobre la(s) materia(s); como el regalo que origina el intercambio y la disputa.
Para esto deberemos usar palabras como si fuesen una pira; para quemar la falacia de la satisfacción del deseo a través del consumo. 
Como una barricada; que detenga el avance inverosímil e implacable de la codicia y la indolencia. 
Como un niño que inocente denuncia la impudicia del desnudo emperador fantoche.
Deberemos hacer uso de la palabra frente al poder de las máquinas y sus cifras.   
Frente al panóptico con rostro de libro que controla y vigila, incluso lo dicho dentro de nuestro círculo de amigos y familia. 
Frente al tribunal de la historia que condena al que calla frente a la hecatombe.
Empeñaremos nuestra palabra en exorbitantes cifras y la someteremos a obscenas tasas de crédito, para incrementar sin tapujos la riqueza de nuestro espíritu y la alegría de su valor.
Haremos uso de la sensual palabra que en nuestros labios se desliza como un tibio brebaje hechizado, que deleita nuestro paladar. 
Como placentera sensación del espíritu, que inquieto, no se conforma con el goce que le proporciona la carne, y se hace palabra. 
Cual máscara, que muestra y esconde. 
Como música y canción que nos embriaga y nos conduce a la divina locura de ser dioses (y crear el mundo que nos place).
Deberemos defender la voz humana y su desnuda verdad de ser cuerpo que vibra, que padece los efectos de estar vivo. Eso es defender lo más sagrado de lo humano.
Defender la palabra debido a que sólo a través de ella, podemos defendernos a nosotros mismos. 
Nosotros, los que tenemos voz.

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