Convertirse en un artista de la fuga... un maestro del escapismo... Encontrar (e inventar) miles de nuevas e interesantes formas de evadir, el poder. Una bicicleta, una cachaña, una finta, pero más aún, un espejo: en el cual el poder se refleje y se contemple. Que de acuerdo a conveniencia sea concavo o convexo. Una pantalla en blanco, en la cual se pueda proyectar; una hoja sin texto en la cual se inscriba y se contenga, un papel para quemar, una lámina roscharch.
Convertirse en maraña de trucos, una interminable acumulación de velos bajo los cuales, no se halle nada, excepto más velos. Convertirse en una perfecta cebolla. Multiplicarse en mañas hasta transformarse en una gitana vieja, en el maestro Houdini... evadirse para, en pequeñas victorias, vencer. Verse como un gran borrón, como palabra escrita que la mirada astigmática del panóptico intenta enfocar, simpre silueta, siempre figura. La mano vacía y el espiral del viejo Ueshiba, para hacer tropezar. Sólo para reír, como ejercicio de vitalidad y libertad.
Como el maligno aire del espíritu libre que burlón y ligero se rebela al revelarse vacío, vaciado.
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