Tuve alguna vez, la autoimpuesta obligación de escribir.
Fue, en el tiempo en el que unos cuantos amigos y yo; organizamos en el liceo A-39 una especie de experiencia socio-artística llamada, obviamente, “Por amor al Arte”.
Probablemente conozcas el árbol que crece en ese muro, en el que se refleja el patio de la entrada.
En ese tiempo, creo que tenía como unos 19 o 20, parte de la pega fue crear un espacio para hablar acerca de nuestras creaciones y como había que comentar algún trabajo la mañana del sábado, se debía tener algún texto recién salido del horno, con sus ripios y todo.
Cada mañana de esos sábados, yo les contaba como había escrito lo que resultaba de la semana.
Y todos los que escribían, traían lo suyo.
Entre ellos mi amigo Victor Mora.
Probablemente sea tiempo de volver a hacerlo para contar como fue que cada uno terminó escrito.
El primero de los que te voy a mostrar es este que siempre fue una especie de declaración de principios, de carta fundacional. Aún cuando, no es, obviamente, mi primer texto.
PRÓLOGO
…Y así como así desperté; las risas callaron; las voces se ahogaron. Y yo, caí en cuenta de que mi cuerpo estaba vomitando.
Digo mi cuerpo, porque parecía mi conciencia flotar en el techo de la pieza; no como una nube bíblica, no.
Era más bien como un zancudo en verano, que todos querían atrapar, o aplastar, contra las paredes.
El caso es que, encontrándome en aquel estado místico de zancudismo extracorporal, llegue a la conclusión de que el hombre muere cada vez que le da la pálida, o que a alguien le da la pálida, cada vez que alguien muere. Y mientras eludía chalas y alpargatas, me encuentro con la vieja premisa de la vida contra el tiempo… y la weá…
Cuando de repente se abrió el techo de la casa y del entretecho salió una luz que me llamaba dulcemente, para que le hiciera compañía, para contarme el secreto de la vida...
pero cuando las primeras palabras salieron de su boca, alguien tuvo la amabilidad de sacar mi cabeza de la taza del water.
Creo que me estaba ahogando o algo.
La conclusión de todo esto, creo, es que vale la pena vivir la vida, aunque no se sepa que cresta la vida significa.
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